viernes, 9 de agosto de 2019

Resumen del Bolero de Raquel


Esta película trata de que Cantinflas era un humilde bolero al que su compadre que era albañil se murió mientras trabajaba, así que para ayudar a su comadre para empezar le ayudo a pagar por los gastos funerarios de su compadre, después a la mujer se le ocurrió usar el dinero que sobro para irse a Guadalajara a ver a sus padres, porque como su esposo la dejo en una situación económica muy precaria, se le ocurrió que debía volver con sus padres que para rogarles que la ayudaran. Porque sus padres estaban muy bien económicamente hablando, pero llevaba mucho tiempo sin verlos porque ella se caso sin el consentimiento de sus padres.
               Cantinflas se ofreció a su mismo para ayudarle y la mujer se aprovecho de la situación y le dejo a cuidar a su hijo “Chavita”. El niño como conocía a su padrino Cantinflas y se llevaba bien con él le gusto mucho la idea. Así que ese mismo día su mama se fue y lo dejo bajo el cuidado de Cantinflas.
               Ellos dos vivieron juntos, primero lo llevo al zoológico donde Cantinflas aprovecho la situación y le empezó a quitar alguna de las frutas que llevaba un niño para arrojárselas a los monos. Se las quedo para darle de comer a su sobrino haciéndole creer al niño que se las había aventado a los monos. Como el niño no estaba prestando atención no se dio cuenta de lo sucedido.
               En la exhibición de las cebras se toparon con la maestra de Chavita quien al escuchar hablar a Cantinflas hablar sobre las cebras quiso los interrumpió para convencer a Cantinflas para que llevara a Chavita a la escuela porque ya había faltado mucho y que de paso Cantinflas también tomara clases, Cantinflas acepto de buena gana porque le gusto mucho la maestra, así que fueron en la noche porque el día tenían que trabajar.
               En clases Cantinflas hablo sobre el agua, pero le faltaron algunos detalles, como la formula química del agua, que Chavita si se lo supo, al terminar los niños salieron y Cantinflas se quedo un rato a solas con la maestra, coquetearon un poco y al final la invito a cenar a su casa junto con chavita y ella se ofreció a llevar el postre.
               Ya en la noche Chavita le platico a su padrino Cantinflas que su papa siendo albañil ganaba una buena cantidad de dinero, hasta $70 por semana. Al escuchar esto Cantinflas decidió intentar trabajar como albañil. El niño al día siguiente lo llevo a la construcción donde su papa trabajaba y donde murió. El jefe al escuchar que eran albañiles les dio trabajo y puso a Cantinflas solo a construir una pared con una puerta explicándole las mediciones que debía tener esta pared.
               Cantinflas le pregunto a Chavita como empezar, y este le explico que ahí que ir poniendo los ladrillos con cemento. Cantinflas se encargo del resto. Después de un rato los jefes fueron a ver como estaba avanzando su albañil nuevo. Al llevar encontraron una extraña obra abstracta donde los ladrillos estaban esparcidos por si ningún lado. Así que de inmediato le dieron su ultima paga y lo despidieron.
               En la noche tuvieron la visita de la maestra, cenaron muy bien y Cantinflas le conto sobre sus planes de encontrar un mejor trabajo para poder mantener mejor a Chavita. Así que su plan era ir a un cabaret que le habían platicado que había mucho trabajo ahí para el que es bolero. La maestra al escuchar eso le expreso su preocupación de que fueran a pervertirlo, pero Cantinflas le aclaro que él es un hombre de una sola mujer y que todavía no podía ir tras de esa mujer porque todavía no estaba en posibilidad económica para mantenerse ni a si mismo y el quería darle una vida tranquila a esa única mujer.
               Al día siguiente Cantinflas llego al cabaret, donde encontró mucho trabajo para lustrar los zapatos de las mujeres que bailan en el cabaret. Mientras el trabajaba hubo una extraña confusión y Cantinflas termino saliendo al escenario a bailar con una gringa algo enojosa. Y hasta eso bailo muy bien, el publico le aplaudió pero la gringa termino muy enojada porque decía que la dejo en ridículo. Así que lo sacaron del cabaret.
               Al día siguiente, a Cantinflas se le ocurrió ir a Acapulco a sacar algo de trabajo, lo cual resulto ser una mala idea porque nadie llevaba zapatos para que pudiera bolear. Además de que en todos los establecimientos lo corrían porque no aceptaban boleros, lo trataban como si fuera un mendigo pidiendo limosna. Así que se las tuvo que ingeniar vendiendo camarones y demás mariscos a los turistas y aplicando aceite a las gringas hermosas. En cierta ocasión mientras veían a sujetos echarse clavados desde el risco, Cantinflas se descuido un rato y Chavita se le perdió y al ver bien este estaba en la cima del risco donde los sujetos se echaban los clavados. Cantinflas fue a salvarlo, pero Chavita se regreso solo, al Cantinflas ver que Chavita estaba bien se termino resbalando y por suerte dio un buen clavado. Una de las personas que estaba viendo esto le termino dando trabajo de salvavidas. Por $50 diarios, casa y comida. Cantinflas acepto y también le consiguió trabajo a Chavita para que fuera su ayudante y le ofrecieron $10 a Chavita. Acepto y cuando se puso a trabajar de salvavidas, Cantinflas se la pasaba viendo con los binoculares a las mujeres con sus trajes de baño.
               Ni cuenta se dio de que una mujer con sobrepeso se estaba ahogando en el mar. Las demás mujeres fueron a avisarle y Cantinflas a regañadientes fue a tratar de salvarla, ya estando a medio camino le pidió a chavita que le lanzara la llanta para que le sirviera como dispositivo de flotación, una de las espectadoras tomo la llanta y se la arrojo, esto parece que le salió contraproducente porque cuando llego con la mujer que se estaba ahogando no se podían poner de acuerdo para que ambos estuvieran a flote. La mujer que se estaba ahogando termino sacando del mar a Cantinflas, las demás mujeres espectadoras se reunieron alrededor de él para tratar de salvarlo. Este termino escupiendo mucha agua y fue a ver a su jefe.
               A él le contaron lo sucedido y la mujer que se estaba ahogando muy agradecida con Cantinflas le pago unos $500 por haberle salvado la vida a costa de arriesgar la suya propia, pero como cometió el error de decirle a su jefe de que era bueno para los clavado pero no para nadar este lo despidió y le pago unos $100. Chavita al saber que habían despedido a su padrino se puso algo triste, pero Cantinflas lo alegro al decirle que con la paga que recibió podría comprarle la pelota que tanto le había prometido.
               Al regresar a su hogar mando a chavita primero a la casa, Chavita se encontró con que su mama había regresado de Guadalajara y que ahora se iba a casar con un hombre que conoció ahí y que tendrían una muy buena situación económica. Cantinflas fue a la tienda a comprarle la pelota a chavita. Le compro la mejor que tenían que costaba $125, Cantinflas le gusto y la compro y le pidió que se la envolvieran para llevársela. Al llegar a su casa se entero de lo sucedido con su comadre y ella también le había comprado una pelota a Chavita y le dijo que se lo iba a llevar a Guadalajara para que no viviera como un pordiosero con Cantinflas.
               Se la paso tratando muy despectivamente a Cantinflas a pesar de que este de muy buena gana y con la mejor de las intenciones, le ofreció su ayuda a su comadre. Ella solo hablaba de lo pobre que es y que no podía dejar vivir a su hijo mas tiempo con él. Se llevo a su hijo y Cantinflas se quedo llorando muy triste al ver que no pudo darle la pelota que tanto le había prometido y que se había encariñado con su ahijado.
               Al día siguiente mientras estaba muy pensativo o deprimido sentado en una banca en el parque, la maestra de Chavita se le acerco y le pregunto sobre la situación de Chavita, a lo que Cantinflas le conto lo sucedido. Ella entendió lo que estaba sintiendo y se dio cuenta de que lo amaba y fue así como hubo el final feliz donde Cantinflas le propuso tener hijos propios con la maestra para que no se desperdicie la pelota que le había comprado a Chavita. 






miércoles, 7 de agosto de 2019

Escribir por escribir 2

Historia secreta de Isabel de Baviera, Reina de Francia

               En la que se encuentran hechos extraños, desconocidos, o que permanecieron en el olvido hasta el presente, y cuidadosamente extraídos de manuscritos auténticos, alemanes, ingleses y latinos.
 
Buscaré la verdad a través de las tinieblas en que se esconde.
               Mably
Introducción.

               Carlos V, al subir al trono, encuentra a Francia sumida en el decaimiento y en la desolación; y, casi sin salir de su palacio, este monarca, justamente llamado <<El Sabio>>, pone remedio a todo gracias a la feliz elección de sus ministros y de sus generales. ¿Era posible que Francia no triunfase, en efecto, cuando Duguesclin conducía sus guerreros al combate? Sólo el destello de ese gran hombre pone en fuga a los perpetuos enemigos de nuestro feliz país, que, creyéndose siempre hechos para vencer, no saben ni salvaguardase del valor de un pueblo, menos orgulloso quizá, pero con tantas razones de serlo, por lo menos, por igual.
               Francia perdió bajo el reinado del rey Juan todo cuanto Felipe-Augusto conquistó a los ingleses: Carlos V lo recupera valiéndose de su política y de la fuerza de sus armas. Mientras trabaja para la gloria de novecientos volúmenes se convierte en la tuna de esta magnifica biblioteca que hace hoy la felicidad de los sabios y causa la admiración de Europa. Por otra parte, disminuye los impuestos, mejora las finanzas; se encontraron diecisiete millones en sus arcas. Esta suma, sorprendente para el siglo en que se economiza, solo es el fruto del fomento que este buen príncipe dio a la agricultura y de la actividad que imprimió al comercio, verdaderas riquezas de un estado que, encontrado entonces todos sus recursos en su seno, no teme ya ni a las desgracias de la guerra que los absorben o los disminuyen, ni a las plagas del cielo que los agotan o desnaturalizan. A Carlos le gustan los consejos, y no escucha en absoluto a sus cortesanos. Esos engañan, aquellos dirigen los perfumes de la adulación, obscurecen la luz de la razón, y el individuo que la suerte coloca en su trono tiene que preferir siempre, si es sabio, la llama que ilumina al incienso que embriaga.
               Un día el chambelán La Rivière alaba al rey por la felicidad de su reinado. <<Amigo mío –responde Carlos-, sólo con la certeza de haber logrado la de mi pueblo podré creer en la mía.>>
               Hace algo más que lograr la felicidad de ese pueblo, único objeto de sus solicitudes; sabe colocarlo de nuevo en su lugar, hacerle mantener el rango que tiene que ocupar en Europa, ya sea liberando a sus provincias del yugo de Inglaterra, ya sea fomentando una marina bastante formidable para que sus fuerzas del mar puedan estar en armonía con las que le ennoblecen en el continente.
               ¿Por qué el cielo no colma a un príncipe tal de todos los favores que tendrían que estarle reservados y porque no deja su trono a un hijo que, sin tener las virtudes de su padre, tenga al menos la fuerza de llevar por sí mismo las riendas de un gobierno? ¡Cómo tiene que sufrir el que se encuentra abandonado a un niño, al que es preciso asociar regentes y maestros¡
               Carlos VI tiene apenas doce años cuando pierde al autor de sus días que, sin poder infringir ni las leyes del estado ni las de la progenitura, deja la regencia al duque de Anjou, el más ambicioso y el más pródigo de los hombres, por los cuales es detestado a la vez por sus vejaciones y despreciado por su inconstancia. Se trata de disminuir su autoridad, Carlos lo sabe, y quiere en consecuencia que su hijo sea inmediatamente consagrado en Reims y que éste gobierne después en su propio nombre, ayudado únicamente por los consejos del regente, a quien asistirán el duque de Bourgogne como tutor, los de Bousbon y de Berri, el primero como encargado de la educación, el segundo en su cualidad de superintentedente de los palacios.
               Tras tomar estas disposiciones, Carlos al ver que se acercan sus últimos instantes se rodea de estos guías tan precisos a los que abandona el cuidado de su hijo.
               <<Sois los tíos del niño que va a subir al trono que le dejo –dice a estos príncipes reunidos en torno de su lecho fúnebre-, os confío la felicidad de Francia y la suerte de mi hijo. Decidle sin cesar que este doble interés se resume en uno, y que solo en la felicidad de su nación puede un día encontrar la suya. No es únicamente por si mismos por lo que el cielo coloca a los reyes por encima de los hombres; les coloca en ese altura con el fin de que juzguen mejor lo que puede ser mas útil a su país; el Dios que los eleva así quiere que sean su imagen sobre la tierra, y sólo con estas condiciones les acercara a sí un día. Nunca el pueblo se subleva contra el soberano al que ve ocupado en la tarea de hacerle feliz. ¡Y esa felicidad es tan fácil conseguirla¡ Decid a Carlos que no deponga la espada que sirve para la defensa, pero que su mano no se sirva de ella nunca para unas conquistas con frecuencia fatales y siempre inútiles. Una victoria es una plaga cuando la sangre que cuesta no se derrama por la felicidad del pueblo: solo se convierte en un triunfo cuando contribuye a ella. Esos son los únicos laureles que permito a mi hijo: adornad su frente con roble, cuando no podáis ceñirlo con estos. Dejando a su lado unos principios tan razonables, desciendo a la tumba lleno de esperanza: haced que mi sombra no venga un día a reprocharlos que hayáis justificado mal mi confianza. Son espantosos los reproches del ser que ya no existe, y por hirientes que fuesen los remordimientos que os harían nacer no me vengarían sino a medias>>
               Estas fueron las últimas palabras de un príncipe sabio; eran terribles sin duda, ¿pero tenían que apagar las pasiones de los que no habían hecho otra cosa que escucharlas?
               Apenas Carlos V cierra los ojos del duque de Anjou siente hasta que punto se convierte para el en importante el aprovecharse de una autoridad que limitan tan sabiamente las últimas voluntades del difunto rey; se apodera del tesoro; no contento con dejar subsistir los impuestos, los aumenta, se convierte por esta culpable conducta en la inevitable causa de las sediciones populares de las que veremos en seguida las consecuencias.
               Berri, colega del de Anjou, tiene todos los defectos de su hermano, y quizá hubiesen producido los mismos efectos, si no hubiesen estado paralizados por una estúpida indolencia, o si hubiesen estado sostenidos por más poder.
               El duque de Bourgogne tiene grandes cualidades: afable, magnífico, liberal; si ulcera los corazones en secreto, los seduce por lo menos en público.
               Bourbon es mejor quizá; pero su debilidad y su moderación perjudican a sus virtudes. El orgullo está permitido a los talentos; los educa y los nutre.
               El regente, mucho menos ocupado de los cuidados del estado que del deseo de reinar en Nápoles donde la reina Juana le llama, sólo ve en el poder que adquiere en Francia otro medio para la consecución de sus proyectos. Al precio de los tesoros robados a su nación quiere conquistar otra; y al augusto pupilo que se le confió prefiere despojarle que instruirlo.
               Funestos efectos de la ambición, ¿destruiréis, pues, siempre las virtudes?
               Es muy raro que un precipicio se abra a los pies de un pueblo, sin que este se de cuenta de ello. Al descubrirlo París, se atreve a permitirse excesos de todo genero, que no reprime una autoridad que se encuentra demasiado dividida para no haber perdido su fuerza. Se convocan unos Estados generales que siguiendo la costumbre, sólo sirven para preparar nuevas desgracias y para cimentar las viejas.
               Una parte de los cuidados que tomó Carlos V para restablecer a Francia es precisamente lo que precipita su subversión.
               Carlos gastaba a lo más un millón doscientos mil francos para el sostenimiento de su casa: el regente precisa seis millones para el sostenimiento de la de un niño al que se permite que le falten las primeras necesidades de la vida. Si el pueblo, como acabamos de decir, se agita ante el aspecto de tantos desórdenes, los soldados se revolucionan en igual manera: privados de su sueldo, asolan los campos, la insubordinación se convierte en general; por una política odiosa, cansado de reprimir en vano los abusos, se prefiere destruir que calmar a los que reclaman, y estos bravos guerreros, esos valerosos compañeros de Duguesclin son licenciados para castigarles por haberse atrevido a quejarse. ¿Tenían que, por unas faltas tan burdas, privarse de una fuerza tan útil al esplendor de un estado, y a la que puede llamarse su alma, puesto que sostiene a todos los miembros? 
               Al fin se coronó a Carlos VI el 13 de noviembre de 1380, con toda la magnificencia posible en un siglo en el que quien sostiene las riendas se ocupa mucho más de sus propios intereses que de la gloria de su pupilo. Pero el fuego de la sedición empezaba a encenderse, por ello no se atreven a atravesar la ciudad al regreso de la ceremonia; al darse cuenta de que le temen, el pueblo se irrita aun más; con un zapatero remendón por jefe y por orador, se dirige en tropel al palacio, y pide a grandes gritos la abolición de los impuestos. El canciller y el duque de Bourgogne calman los espíritus durante veinticuatro horas, al cabo de las cuales se levantan con más energía. El rey cede, se derogan los impuestos; pero la insolencia crece donde la fuerza se debilita; se pide la expulsión de los judíos, la ruina de los financieros, y se saquean sus casas mientras esperan. Desde este momento el estado está a punto de disolverse; se convoca una nueva sesión de Estados generales, y nuevas perturbaciones son la continuación de la misma. El pueblo se reúne por la noche; la sombra favorece al crimen; se cometerían muchos menos, si la antorcha del día no se apagase nunca.
               Pero como los que componen estas asambleas sólo se dicen enemigos de los abusos cuando estos no les sirven ya, nada mejora, y todo se envenena. El duque de Bretagne se aprovecha de estas perturbaciones para llamar a los ingleses, y cuando aparecen, ya no sabe como recibirles. Al fin, se alía con ellos; pero el honor habla todavía en el corazón de sus vasallos; todos declaran al duque que sus armas se volverán contra él mismo si quiere arrastrarlos consigo en este tratado vergonzoso. Esta noble resolución devuelve a Francia un vasallo infiel: el duque promete servir a su patria contra los ingleses, promete ir a París para rendir homenaje al nuevo soberano; pero por una indigna traición, tan pronto como acaba de hacer estas promesas el pérfido bretón jura a los ingleses que nunca se aliará a Francia cuando estas dos naciones estarán en guerra.
               Política demasiado peligrosa de los soberanos. ¿Serán, pues, siempre los pueblos vuestras victimas?
               Reinta entonces un gran parecido entre Francia e Inglaterrera; estos dos reinos igualmente gobernados por niños son igualmente presa de las concusiones de los tíos que dirigen su juventud. En Francia, el de Anjou lo sacrifica todo al deseo de ser rey de Nápoles; la ambición de reinar en España convierte al duque de Lancaster en culpable de los mismos errores en Inglaterra, y la desgracia de uno y otro pueblo es el resultado de estas pretensiones extranjeras.
               Sin embargo, los impuestos se restablecen; temblando se realiza la proclamación.
               La irritación de los Parisienses se redobla a medida que comprenden que se les teme; destrozaron a los primeros exactores; gritan e incitan a las armas, se invoca la libertad, se tienden las cadenas, a los que quieren hacer pagar, se les persigue hasta el interior de los templos donde se refugian. Se apoderan del Palacio Municipal y de todas las armas que encuentran en él, y envalentonados con estos socorros, los revoltosos inundan las calles, robando y asolándolo todo bajo el vano pretexto de que sólo quieren mal a aquellos de los que tienen que quejarse. El desorden llega a su cúspide; ningún ciudadano está seguro; no hay asilo en ninguna parte; las casas se derriban; se abren las cárceles, los malhechores que se escapan de ellas van a aumentar la turba impía de estos descontentos desenfrenados. Corre la sangre y el pretexto del bien es, como en todas las revoluciones, la causa inmediata del mal.
               Al fin los oficiales municipales arman a diez mil hombres en la capital; todos los partidos van a mezclarse para estrangularse indistintamente.
               Pero la autoridad se despierta. El rey, que por aquel entonces estaba en Rouen, se dirige a París; esta ciudad rebelde va a sufrir la pena que merece, y sin la gracia pedida para el pueblo por los buenos ciudadanos, la destrucción de París era inevitable. Se acuerda una amnistía; de ella se exceptúa únicamente a los instigadores de las perturbaciones; pero el pueblo quiere entera gracia; esta dispuesto a volver a empezar si se mantiene estas excepciones; se ven obligados a mandar ahogar secretamente a los culpables. Estos son los productos de la debilidad del Principe y de la sórdida avaricia de los que le gobiernan.
               El rey consiente en regresar, si París abandona esa apariencia de imposición que le sienta tan mal. Esta proposición enciende de nuevo las antorchas de la discordia; el patíbulo castigará a quienes la aceptarán. El regente furioso inunda de tropas los alrededores de la capital… tiembla al fin, pero el de Anjou, que sólo desea dinero, no quiere renovar la amnistía sino recibe cien mil escudos, y uniendo esta suma a todas las que hurtó o exigió de todas partes, se dirige a Nápoles que le llama, vuela hacia allí inundado por la sangre que acaba de verter para la ejecución de sus proyectos.
               La remplaza el duque de Bourgogne. Ocupado por una guerra en Flandes, antes de regresar, hace todo lo posible para asegurarse de la tranquilidad de los habitantes de París; pero éstos prometiéndolo todo y no poseyendo nada, se aprovechan por el contrario de la ausencia del príncipe y de las tropas, quieren saquear las casas reales, y lo hubiesen hecho sin las razonables exhortaciones de un llamado Flamand que consigue convencerles y les calma.
               Esta tranquilidad sólo es aparente; los mayores preparativos de guerra se realizan en París; se trata de nada menos que de renovar allí los desordenes de la Jacquerie. Sólo se espera la salida de la campaña de Flandes. Artevelde vence en Rosebeck, los prodigios del joven rey, con cuarenta mil enemigos en el campo de batalla, valen a la monarquía donde habla el interés personal; y el sedicioso, sin pudor, sólo se consuela de la obligación en que se encuentra de renunciar a sus proyectos, contando con burla todo lo que puede marchitar los triunfos de Rosebeck. Las matanzas de los habitantes enterrados bajo las cenizas de coirtrai se atribuyen enseguida, no sin causa, al regente que quiere someter a esta ciudad infortunada; desde este momento se unen a aquellos cuyas lágrimas se derraman sobre estos horrores. Pero si su descontento contra el duque de Bourgogne aumenta en la medida de sus equivocaciones, el que las cometió y que proyecta otras, no puede sino mostrar más rigor con más fuerzas contra las personas que quieren castigarle y a la vez enterarle. Sus procedimientos lo prueban y el Parisiense inquieto sale de los muros de la ciudad en número de veinticinco mil hombres armados, que guarnecen al instante la colina de Montmartre y la llanura de Sant-Denis por donde tiene que entrar el rey. Unos diputados se adelantan con respecto hacia él, cuando le divisan, asegurándole que las guerzas desplegadas por los Parisienses ante sus ojos no tienen otro objeto que demostrar al rey que pueden servirle, si su majestad les llama. Carlos parece satisfecho; pero oponiendo con dignidad el justo orgullo de una monarca a la noble política de su pueblo, entra en su capital como vencedor de una ciudad conquistada. Las barreras levantadas por los facciosos se destruyen, y las tropas se albergan en casa de los burgueses. Los duques de Bourgogne y de Berri recorren al día siguiente las calles, a la cabeza de los vencedores de Rosebeck; se llevan todas las armas al Louvre, y los que las mandaron guitar son ejecutados inmediatamente; muchos de entre ellos se dan muerte para escapar a la espada de los verdugos.
               La universidad y la duquesa de Orléans al fin aplacan al rey; pero el duque de Bourgogne se encuentra muy lejos de compartir esta piedad, sus intereses no se lo permiten; y como los bienes de las victimas van a parar a sus manos los suplicios se prolongan con crueldad.
               El abogado general Jean Desmarets, cuyas altas virtudes ilustraron tres reinos, tiene que morir bajo un príncipe que no conoce ninguna. Acabado por los años y las enfermedades, no habiendo cometido otra equivocación que la de disgustar a quieren quieren el mal, le arrastran al patíbulo, hecho mejor para quien le condena. Apenas se le ve allí, le gritan que implore gracia: <<Únicamente la suplico para mil verdugos>>, responde este gran hombre. Cae su cabeza, sus virtudes permanecen, y su alma vuela al cielo.
               Y tú, magistrado de nuestros días cuyo nombre está grabado en el templo de la memoria, ilustre como Desmarets, así como él tenías que perecer y dejar unos recuerdos grabados con tu sangre en el alma de los franceses…
               Esta primera iniquidad se convierte en la señal de las que deshonran el reinado de Carlos VI.
               Apenas expire Desmarets cuando el canciller de Orgemont que representa al monarca sentado en un trono delante de la ejecución piensa que todos los culpables no han sido castigados y que quedan aún muchos ejemplos por dar. El rey aprueba ese cruel consejo: al mismo instante todo se aplaca a los pies del soberano; las mujeres gritan <<misericordia>>. El rey se deja conmover y, según los consejos del duque de Bourgogne quien de hecho prefiere el dinero a la sangre, Carlos concede la vida a los culpables, por medio de una multa más fuerte que la mitad de Bus bienes. Sin embargo, no se lo queda todo el duque de Bourgogne, el de Berri participa también; las tropas piden su parte, pero se es sordo a esta justa reclamación, y lo que es la subsistencia de las personas honestas solo sirve pare alimentar la avaricia y la rapacidad de los expoliadores de Francia. Se restablecen los impuestos y al pueblo ya no le quedan sino las lágrimas.
               La guerra recomienza en Flandes; el duque de Bretagne, que hasta entonces sólo ha proporcionado débiles recursos, aparece esta vez en persona; se sospecha de él, y su conducta prueba su falsedad. El bretón es inglés, se ve claramente pero el buen Carlos tiene miedo de equivocarse; la franqueza está tan lejos de la artimaña que ni siquiera la concibe: y Carlos se conduce con este traidor como si le fuese incluso imposible sospechar que lo era.
               El conde de Flandes muere; y este acontecimiento lleva a su colmo la grandeza del duque de Bourgogne, heredero natural de este príncipe.
               Pero sin que se pueda aclarar la causa, el Languedoc, la Auvergne y el Poitou se sublevan; los campesinos de allí asesinan por todas partes a los nobles y ricos. El espíritu de vértigo de la capital acaba de apoderarse de las provincial; el duque de Berri que manda en Languedoc ajusticia a los sediciosos, y la sangre del culpable borra, si eso es posible al del inocente.
               Por otra parte, al atravesar las provincial de Paso hacia Bus nuevos estados, el duque de Anjou, apoyado por el papa, robe y asola todo cuanto cae bajo su mano; parece que este embustero insolente quiere hacer pagar a los franceses la felicidad de perderle. Pero esos bienes mal adquiridos no le llevan al triunfo; pierde la mitad en su paso por el Apenino, emplea el resto en el sostenimiento de la guerra contra Carlos de la Paix, su competidor en el trono de Nápoles; deprovisto de recursos, envía al parqués de Craon, que le había seguido, a solicitar nuevos socorros a su mujer la duquesa, reina de Sicilia. Por lejos de llevar a su señor esos subsidios preciosos, el marqués los disipa con las cortesanas de Venecia. Arruinado el de Anjou muere a causa de sus heridas y aún más de vergüenza y de tristeza. Aquellos que se encontraban asociados a su fortuna regresan a Francia, mendigando pobres socorros, que atendiendo a las faltas de su señor, se les niegan con demasiada frecuencia.
               Craon, que se enriqueció    con los robos hechos al duque de Anjou, tiene la audacia de reaparecer en la corte con un equipaje de los más suntuosos. Berri le reprocha la muerte de su hermano, y da las órdenes necesarias para detenerle; Craon se escapa… ¡Ojalá el cielo hubiese querido evitar a ese hombre los nuevos crímenes con los que tenia que ensuciar aún las páginas de nuestra historia¡
               Los crímenes se suceden: Carlos le Mauvais forma el designio de envenenar al rey y a todos los príncipes de su sangre. El complot se descubre, los cómplices son descuartizados. Poco después se enciende gran enemistad entre la corte de Francia y la de Inglaterra, uno de cuyos principales motivos es el matrimonio que acaba de contraer Margarita de Hainaut con el conde de Nevers, hijo del duque de Borgogne, a la que pretende el duque de Lancaster; se escribe; se injuria; las discusiones particulares animan las querellas generales y los pueblos completamente extraños a los enredos terminan siempre por sostener con su sangre y su fortuna unas divisiones que les son indiferentes y en y en la que no entienden nada.


                 Tal era la situación en Francia cuando ésta sintió la necesidad de casar a su rey.
               Oh tú que la suerte llamaba en sostén de un trono ya tambaleante, ¿tenías, pues, que precipitar su caída? Pero seducida, o mejor corrompida por los ejemplos que lo ponían delante de los ojos, ¿no tienes algún derecho a la indulgencia de la posteridad? ¡Ah, sin duda, si nos hubieses ofrecido al menos algunas virtudes¡ pero en vano se las desea; se buscan sin éxito; en ti sólo se encuentran desórdenes; y con franqueza vamos a probar tristes verdades demasiado tiempo desconocidas por nosotros, pero que es preciso descubrir al fin para la instrucción general y para establecer mejor en nuestros corazones la adhesión y el respeto inviolables que debemos sin cesar a aquellas de nuestras soberanas verdaderamente dignas de nuestro incienso de nuestros homenajes.

lunes, 5 de agosto de 2019

Escribir por escribir

Historia Secreta de Isabel de Baviera, Reina de Francia.
Prefacio del Autor Marqués de Sade
Que es esencial leer para la comprensión de la obra.

Ya sea por ignorancia o por falta de ánimo, ninguno de los autores que escribieron la historia del reinado de Carlos VI colocaron a su mujer, Isabel de Baviera, en el indiscutible lugar que le correspondía; sin duda pocos reinados ofrecían tanto interés, en pocos se cometieron tantos crímenes, y como si se hubiesen empeñado en disfrazar las verdaderas razones de la emoción que inspira y las verdaderas causas de las iniquidades que lo mancillan, contaron sin profundizar, recopilaron sin verificar, y hemos continuado leyendo en los historiadores modernos simplemente lo que nos dijeron los antiguos.
               Sin embargo, si todas las ciencias se extienden por el estudio, si los nuevos descubrimientos sólo se consiguen a la fuerza de búsquedas, ¿por qué la historia no podría esperar de igual modo ventajosas mejoras en el conocimiento de estos hechos, que únicamente serían como en otra parte el fruto de nuevos estudios?
               Se nos dice que los autores contemporáneos son siempre los que deben tener los derechos mas firmemente establecidos a nuestra credulidad: vieron, entonces debemos creerles. Sin duda se objetará que la opinión que sostenemos es paradójica, y ésta es que precisamente porque vieron son menos dignos de fe, y que cuanto les establece tal reputación a los ojos del vulgo es justamente lo que se la quita a los nuestros. Los que sostienen lo que refutamos no se han detenido nunca a reflexionar que ningún historiador se equivoca con tan frecuencia como los que pretenden haber visto, no se trata en absoluto de que tengan mejores razones para difrazarnos la verdad de los hechos que escriben: pues si tienen que pintar unas virtudes trazándolas bajo los reinados que las hicieron pacer, se les tacha de aduladores; si son crímenes lo que tienen que revelarnos los historiadores, ¿se atreverán a hacerlo bajo los príncipes que los cometieron?
               Así pues, ¿para contar bien una cosa, es esencial no haberla vivido?
               No es eso exactamente lo que decimos, lejos de ello: certificamos únicamente que para escribir historia es necesario que no exista ninguna pasión, ninguna preferencia, ningún resentimiento, lo que es imposible evitar cuando a uno le afecta el acontecimiento. Creemos simplemente poder asegurar lo que para describir bien este acontecimiento o al menos para relatarlo justamente, es preciso estar algo lejos de él, es decir, a la distancia suficiente para estar a salvo de todas las mentiras con las que pueden rodearle la esperanza o el terror, las ganas de complacer o el terror de perjudicar; el autor que escribe la historia del reinado en que ha vivido,  ¿no se priva de cuanto la verosimilitud o las probabilidades pueden establecer como bases a su relato, y de todas las fuentes que pueden agotar en los materiales que la prudencia le arrebata y que solo llegan a él cuando se han destruido los motivos que se los habían substraído antes?
               No hay nada paradójico, pues, en sostener que la historia de un siglo se escribirá siempre mucho mas fielmente durante el siglo siguiente a los hechos que se relatan que no en el mismo en que sucedieron.
               Otra verdad de las más constantes es ésta: el mismo grado de calor y de imaginación que se precisa para componer una novela, se necesita igualmente de calma y sangre fría para escribir historia; ¡la obligación de los escritores, que tratan uno u otro de estos géneros, es por la otra parte tan diferente¡ El novelista tiene que pintar a los hombres como deberían ser; es tal como fueron como debe presentárnoslos el historiador; al primero, con todos los rigores se le dispensa que invente crímenes; es preciso que el segundo nos describa los que caracterizan a sus personajes: el historiador tiene que decir y no crear nada, mientras que el novelista puede si quiere decir únicamente lo que ha creado.
               De esta diferencia muy cierta pace la que debe existir en los motivos que les impulsan a escribir al uno y al otro; pues esta admitida distinción necesita, como se ve, tanta pasión, tanta energía en el que únicamente escribe lo que le dicta su imaginación, como estudio y reflexión en el que sólo nos transmite acontecimientos conocidos; mas, es preciso que el primer lugar conozcas bien esos acontecimientos que quiere pintar, es necesario que utilice todos los medios de que disponga para profundizar en ellos, para analizarlos, incluso para hacerlos derivar unos de otros, cuando las verosimilitudes de más fuerza le obligan a establecer relaciones, que no le proporcionan sino a medias, o con frecuencia de ninguna manera, sus búsquedas, incluso las más extensas.
               Pero aquí tenemos la novela, dirán entonces esos a los que nuestro sistema no persuade. En absoluto, pues solo con las verosimilitudes el historiador une el hilo que encuentra roto, y solo con la imaginación el novelista anuda el suyo. Ahora bien, quien dicta las verosimilitudes no es de ninguna manera el fruto de la imaginación; el trabajo al que el escritor se abandona es entonces el resultado, no del extravió del espíritu, sino de su precisión, y esta diferencia es enorme.
               No tememos repetir que es preciso que los hechos de la historia se purifiquen en la noche de los tiempos; si ven la luz en la época en que sucedieron no serán nunca fieles; el que escribe la historia de un siglo en el mismo siglo en que sucedieron los acontecimientos que explica, tiene necesariamente, las virtudes o los vicios de su siglo, y entonces nos relate la propia historia de su corazón en lugar de las de sus héroes; pinta a estos como el querría que fuesen, o como teme que no sean, y se establece necesariamente una parcialidad. Todo cuanto se escribe a la mayor distancia posible tiene más crédito y certeza: enfriados por el hielo de los siglos, los hechos adquieren entonces esa madurez, esa sabiduría que es únicamente el fruto de la vejez: ¿vemos hoy las ingnominas, los crímenes, a los Tiberios y a los Nerones con los mismos ojos como nos los transmitieron aquellos a quienes motivos particulares obligaban a describirlos bajo los más negros tintes? Tácito ante su elevación a Vespasiano estaba muy seguro de halagarle poniendo sus virtudes en oposición con las atrocidades de los que acababan de reinar; parecía decir a su protector: eres mucho más importante que tus predecesores; ¿y no era para que el contraste fuese aun más perfecto que les ennergrecía de tal manera?
               Suetonio para cometer las mismas faltas tuvo más o menos las mismas razones. Y los excelsos hechos de los Alejandros, de los Tamerlanes, de los Carlos XII, incluso ese siglo más cercano, ese siglo aufusto de Luis XIV, ¿nos deslumbra hoy todos esos como entonces…?!Qué diferencia¡
               ¿Pero se dirá un día lo mismo de nosotros…? No, porque los que nosotros reprochamos a esos historiadores es haber visto como lo hicieron, sólo porque estaban demasiado cerca de los tiempos de los que escribían la historia, mientras que nosotros revelamos únicamente los hechos que hemos descubierto, porque los que vivían entonces no los habían visto ni quizá habían podido verlos.
               El siglo escribe, la posteridad juzga, y si quiere escribir todavía, es mucho más sincera que el contemporáneo. Pues, desligada de toda clase de interés, pesa los hechos en la balanza de la verdad, y el otro nos los transmite en la de sus pasiones…
               Pero vayamos a lo que nos interesa; ya es hora de ello. La historia del reinado del Carlos VI, uno de los más interesantes de nuestra historia, es también uno de los más descuidados; nada se ve en él, nada se aclara, no se revela ninguna cause, se mueven cantidades de resortes, sin que nadie se tome la molestia de hacernos fijar los ojos en la mano que los movía. Este descuido, si se le quiere prestar atención, acerca de tal manera a la fábula este reinado extraordinario, que pierde por completo el sublime interés que tendría que inspirar. Mil invectivas se lanzan contra la reina Isabel sin que apenas molesten en decirnos por qué título esta mujer sorprendente podía merecerlas. Lo poco que se conocía de ella hacía que la mirasen incluso como un personaje episódico, y esto, en una historia en la que únicamente ella desempeña el primer papel: se contentan con insultarla, con tratarla a la vez de malvada, de incestuosa, de inmoral, de adúltera, de madrastra, de vengadora, de envenenadora, de infanticida, etc., casi sin indicios y sin pruebas. Se ve que los que escribieron sobre este reinado, siguiéndose como los corderos conducidos por el morueco, dijeron cuanto les habían dicho los otros, y escribieron cuanto habían copiado escrupulosamente en las memorias infieles o insuficientes de este siglo; y como los principales materiales de esta historia les faltaban, como los antiguos no habían podido consultar unas piezas que se les escondían con sumo cuidado, y como los modernos no las buscaban en absoluto, porque encontraban mucho mas simple transcribir que no compulsar, no tenemos de ere reino tan singular sino débiles copias calcadas sobre informar originales.
               Desde este momento, se creyó que todo estaba dicho, mientras que la verdad, es decir la cualidad más esencial de la historia, no había sido ni abordada. Era preciso, pues alcanzarla, esa verdad temible; más a fondo que los que los probaron en primer lugar, nos creímos en condiciones de hacerlo, porque teníamos bajo nuestros ojos lo que les faltaba a los otros para conseguir el fin deseado. El azar y algunos viajes literarios nos proporcionaron estos medios, uno de cuyos principales se encontraba en el interrogatorio de Bois-Bourdon, favorito de Isabel y quien, condenado a muerte por Carlos VI, reveló en los tormentos del cuestionario toda la participación de Isabel en los crímenes de este reinado. Ese documento esencial, así como el testamento del duque de Bourgogne muerto en Montereau, se depositó en los Cartujos de Dijon en cuya iglesia, la casa de Bourgogne, tenía su sepultura; fue allí donde recogimos todo cuanto necesitábamos de esos documentos importantes, que la imbécil barbarie de los vándalos del siglo XVIII lacero como los mármoles de esas antiguas tumbas cuyos fragmentos al menos se conservan aún en el museo de Dijon; pero los pergaminos fueron quemados.
               Con respecto a otros documentos auténticos que sirven de apoyo a los relatos de este reinado, extraídos de fuentes también puras, tenemos cuidado de indicarlos a medida que los empleamos.
               A las ganas que teníamos de descubrir la verdad donde quiera que se escondiese, se unió, lo confesamos, un deseo mucho más delicado aún, el de disculpar, si era posible, a una mujer tan interesante como Isabel, tanto por las gracias de su persona, como por la fuerza de su espíritu y la majestad de sus títulos; de disculparla, decimos, si eso podría hacerse, de los reproches vergonzosos con que se la cargaba, y de no encontrar crímenes sino en sus delatores. Esta penosa tarea era gloriosa sin duda, y sobre todo si el éxito hubiese coronado nuestros esfuerzos; pero demasiado clarividentes por las pruebas sin numero que adquiríamos todos los días, no nos ha quedado sino compadecer a Isabel y decir la verdad; ahora bien, esa verdad es tal que se puede afirmar con razón que no corrió ni una sola gota de sangre, en este terrible reinado, que no hubiese sido derramada por ella; que no se cometió un solo crimen del que ella no fuese la causa o el objeto.
               Únicamente los historiadores son pues los culpables de habernos disfrazado la mano que movía los resortes que veían moverse, sin aclarar como acabamos de decir el verdadero agente de su dirección. Ahora bien, este agente supremo era Isabel, y las pruebas que damos de este aserto se encuentran en los documentos que citamos y en algunas probabilidades indispensablemente nacidas de la reunión de los hechos, a veces interrumpidos en estos documentos, pero que restablecen en seguida las luces de una sana critica y de una discreta verosimilitud: pues sabemos que lo verdadero no es siempre verosímil; pero es muy raro que lo verosímil no sea verdadero, o al menos no este revestido de todas las propiedades de lo verdadero. Se puede pues emplearlo en defecto de lo verdadero, pero con prudencia entonces, ya lo sabemos, y la nuestra es tal sobre ese punto que no la hemos usado nunca sino en el taro en que era absolutamente imposible que la cosa pudiera ser de otra manera, porque la que la había precedido estaba en una dirección, que era absolutamente preciso que la que derivaba de esta primera tuviese una tendencia inevitablemente análoga.
               ¡Ay¡ ¡Cuántas verdades mucho más esenciales para la felicidad de la vida sólo cuentan con la verosimilitud! Ahora bien, si la verosimilitud, en defecto de títulos, puede captar nuestro asentimiento en lo que la vida tiene de más serio, ¿por qué no tendría los mismos derechos cuando se trata de sucesos únicamente útiles para nuestra instrucción.
               Muchas dificultades cubrían nuestro trabajo; una de las mas penosas, sin duda, era la de encontrarnos perpetuamente entre el terror de decir demasiado o el de no decir bastante. Necesariamente hubiésemos perecido contra los escollos, sin el extremo deseo de vencerlo todo, para que otros compartiesen la sorpresa indecible que sentíamos, al descubrir tramas tan bien urdidas, y a su lado, la increíble apatía de aquellos que ni se habían dignado a darse cuenta de ello… ¿Cómo puede ser uno tan poco celoso de su propia reputación? ¿Cómo no se teme más la vergüenza de engañar a los otros?
               ¿Había algo más lamentable, por ejemplo, que no continuar consecutivamente la intriga de la reina con el duque de Bourgogne, desde el momento en que se rompen los lazos que la encadenaban al duque de Orléans? ¡Qué, señores recopiladores, nos ofrecéis, cien páginas después, Isabel como la más ardiente amiga del duque de Bourgogne, desde que perdió al de Orléans. ¿Y no os atrevéis a decir ni los motivos que eran la continuación de esta nueva unión ni los que la establecieron? A falta de ser guiado por vosotros, es preciso que el esforzado lector se empeñe en gran manera para aclarar las verdades que no habéis tenido la valentía de decide, dictadas sin embargo, por el buen sentido, demostradas por la verosimilitud, y que no tenían incluso necesidad para convencer de as pruebas que aportamos… ¿Y llamáis a esto escribir historia…?
               Este género literario tan sagrado, porque a partir de él la posteridad juzga y se conduce, ¿os atrevéis a escribirlo con esta inconcebible pereza…? Una conducta tal, confesémoslo, deshonra de igual modo al escritor uqe se la permite, como perjudica al lector lo suficientemente bueno como para abrir sus libros con la intención de creer y que, engañado muy pronto, no los ha leído sino para extraviarse.
               Antes de terminar esta digresión, quizá debemos dar algunas excusas, por haber empleado a veces la fisionomía de la novela en la verdadera narración, sin duda alguna dejará de merecernos la acusación de novelista, por los que sin querer creer nunca cuanto dijeron nuestros padres, tratan de fantasías todo lo que añaden los hijos de esos padres…, de esos padres con frecuencia demasiado crédulos.
               Vamos a responder a estos dos reproches y de esta manera nos evitaremos volver sobre el asunto, si la acusación tenía lugar.
               Nada puede ser tratado de fabuloso en la historia que presentamos hoy, puesto que es por medio de pruebas auténticas que mostramos los hechos nuevos, de los que nadie nos había hablado aún.
               Con respecto al giro novelesco empleado a veces, si nos lo hemos permitido, es porque, en una historia tan singular como esta, hemos creído que un sabido y acertado empleo de la forma de la novela sólo podía añadir interés al que los personajes de este drama sangriento inspiran y que colocándoles en escena en una línea más cercana a nosotros, y poniendo sobre todo su dialogo en acción mejor que en relato, todo cuanto dicen resultaría mucho más conmovedor. Si a veces nos hemos permitido, pues esta licencia, se nos concederá que no hemos abusado de ella, porque sabemos muy bien que un uso demasiado frecuente de esta manera de escribir la historia perjudicaría infaliblemente su dignidad. Era preciso conocer a Isabel, y ciertamente, se la conoce mejor cuando se la hace hablar que cuando se describe fríamente lo que ella dijo.
               Con respecto a las arengas y discursos, ¿cuáles son los escritores tanto antiguos como modernos, que no las han compuesto cuando sus personajes no las pronunciaban? ¡Cuanta fuerza prestan a la verdad de los hechos¡, y quien no prefiere oír decir a Enrique IV: <<Franceses, seguir esta enseña, las veréis siempre en los campos de la gloria>>, que no el relato que hubiese podido hacer el mejor historiador asegurándonos que este buen rey había dicho que era preciso seguir su enseña para llegar a los campos de gloría.
               En general, pintamos para interesar, y no contamos, o si nos vemos obligados a contar, que sea siempre pintando. Quizá debemos decir aún unas palabras sobre la necesidad con que nos hemos encontrado con suma frecuencia de enlazar la historia de Francia en la de nuestra heroína, pero ¿no estaba Isabel demasiado íntimamente ligada a los acontecimientos de su pueblo, para que no fuese imposible ocuparse de ella, sin hablar, al menos al mismo tiempo, del siglo en que vivía? Este escollo era inevitable, y estamos lejos de temer que la historia de una reina de Francia puede enfriarse detallando los acontecimientos de un reinado en el que ella participó de una forma tan intensa. 

Hablando de Mentes Criminales temporada 9 capítulos 1 y 2 "Los Inspirados" parte 2


             En el segundo capitulo inicia la historia en que estaban persiguiendo a quien había salido del restaurante corriendo después de hacer que sus comensales femeninas comieran pedazos de la cabeza de su primera victima a punta de pistola, mientras deliraba que su primera victima estaba por todos lados en cada mujer que veía burlándose de el y haciéndolo salirse de control. Le disparo a un policía y se dio a la fuga. Los agentes del FBI que perfilan criminales lo estaban persiguiendo y cuando dio la vuelta en un semáforo a toda velocidad la camioneta del FBI que lo perseguía le golpeo el auto en la parte trasera haciendo que se estrelle contra un automóvil que estaba estacionado, y la camioneta se estrello contra el auto de quien perseguían. En ese momento estaba pasando un camión que por poco choca contra la camioneta. Por suerte el conductor de la camioneta alcanzo a reaccionar y le dio de reversa, dejando pasar al camión, pasado esto volvió a golpear el auto del sujeto al que estaban persiguiendo para que no se escapara. Lo arrestaron y lo llevaron a juicio por todas las mujeres que asesino y por las mujeres a las que amenazo armado para que se comieran partes de la cabeza de su primera victima. Los agentes del FBI como creían que al ser atrapado el ignoto podrían regresar a casa se fueron en su avión privado.

            En pleno vuelo el líder. del equipo (el agente Aaron Hotchner) recibió una llamada de los policías locales con los que trabajaron durante el caso. Resulta que el sujeto al que llevaron a juicio es inocente, sus huellas digitales no coincidían, lo que indicaba solo una cosa. El ignoto tenía un hermano gemelo. Tuvieron que regresar a solucionar la situación porque el abogado defensor del inocente al que arrestaron estaba hablando pestes sobre el proceso que usan los agentes del FBI para crear sus perfiles y sobre la ciencia en que se basan para perfilar a los criminales, lo que le daba mala fama a todo el FBI y podrían terminar despidiendo a Hotchner por esa equivocación. Pero más que nada lo que le preocupaba más a Hotchner era que el sujeto culpable al enterarse de que tiene un hermano gemelo, trataría de sacarle provecho a la situación y en ese momento el gemelo inocente estaría en problemas.

           Al llegar Hotchner y el equipo explicaron que la situación se complicaría si el verdadero ignoto encontraba a su hermano gemelo por lo que tendrían que buscar al culpable lo más rápido posible. Al investigar el posible lugar donde se encontraría, descubrieron que encontró papelería sobre su nacimiento y su familia que termino quemando, al principio creían que era para que no pudieran distinguirse los hermanos gemelos idénticos, pero la verdad es que tenía la intención de que nadie supiera quien era su padre. Porque su padre tenía graves problemas mentales.

           Ya investigando la situación familiar descubrieron que la madre abandono a uno de los gemelos en una estación de bomberos (o algo así) porque sabía que cuidar a ambos niños era mucho para ella sola, sobre todo porque uno de los bebes estaba con constantes enfermedades que duraban mas de lo normal a lo que el agente Hotchner respondió que el también a pasado por enfermedades con su propio hijo pero que encuentras una solución en donde tienes que seguir cuidándolo. Su hijo y el en una ocasión se enfermaron los dos al mismo tiempo y tuvieron que turnarse para vomitar en el mismo baño. Aún así la mujer se puso a la defensiva y saco a relucir su locura al decir muy indignada que si solo hubiera tenido un solo hijo, podría haber sido la madre perfecta, y tendría la familia perfecta y habrían sido muy felices juntos, que ella se merecía tener la familia perfecta y que un segundo hijo solo le arruino todo.

          Después de esto la situación con los hermanos gemelos cambio de repente, el gemelo inocente que fue liberado de prisión salio en las noticias, y el gemelo culpable que vio esto fue a buscarlo. [En este punto las cosas se pusieron muy raras] Resulta que uno de los gemelos entro a la casa del otro y lo ato a una silla. Resulta que el que fue atado a la silla tenía tendencias homicidas era el que tenía el problema mental de la mantis, su hermano le pregunto que porque no buscaba ayuda profesional, a lo que el le respondió que eso no sirve que ya lo había intentado y que solo se siente bien cuando asesina o cuando planea el asesinato. Su hermano le dijo que lo llevaría a Canadá para que no lo arresten y que ahí le conseguiría la mejor atención medica para poder lidiar con su problema, así que le dio una pastilla para que quedara inconsciente durante 16 horas (o algo así), él de inmediato se opuso, pero su hermano dijo que o se tomaba la pastilla o lo entregaba a los policías y que las cosas se harían como él indica. Así que se tomo la pastilla y le demostró que se la tomo sacando la lengua, pero cuando salio de la sala donde estaba atado, el gemelo malo regurgito la pastilla y la escupió, se hizo el dormido y cuando vio que su hermano bajo la guardia, se desato y salio a buscar a una mujer a la cual matar.

           Al día siguiente él gemelo que estaba amarrado a la silla estaba ahora de pie mirando a la ventana, muy tranquilo porque mato a una mujer en la noche, le dijo a su hermano el inocente que ya no dejaría que lo ate o que le de pastillas de ningún tipo, él acepto y trato de llevarse bien con su hermano, al salir de la casa su vecina mostró interés en él porque vio lo sucedido en las noticias, pero estaba hablando con el gemelo equivocado, él llevo a la chica a la casa, cerro la puerta y junto con su hermano, ambos la mataron. Es en donde se dio cuenta que el que parecía inocente también tenía deseos de matar solo que apenas los estaba descubriendo.

         Después de esto se empezaron a poner de acuerdo y trataron de encontrar la manera de salir de la situación peligrosa en la que estaban donde el FBI les estaba pisando los talones, así que se les ocurrió ir a pedir consejo con su mama, quedaron de verse con ella donde solían llevar al gemelo malo cuando se metía en problemas. Una iglesia, al llegar después de hablar un rato se dieron cuenta de que la madre solo quería a uno de los dos con vida, y que la solución que ella había compaginado era que al matar a uno de los dos podrían culpar de todos los delitos al inocente porque era el eslabón más débil y el que quedara con vida sería exonerado de los delitos. Cuando se enteraron de eso el inocente empezó a llorar gritándole a su madre preguntándole que porque no lo ama. Mientras que el otro no quería matar a su hermano porque ya se estaban llevando bien y creía que podrían hacer un buen equipo para seguir matando mujeres. Así que para proteger a su hermano tomo a su madre como rehén y le puso el machete cerca del cuello, mientras la madre trataba de convencerlo que su única salida de prisión sería matar a su hermano y inculparlo de sus crímenes. En ese punto uno de los hermanos le disparo al otro pero no especificaron cual mato a cual, al llegar los agentes del FBI vieron la situación y ya sabían que la madre había planeado la muerte de uno de sus hijos así que la arrestaron (también creo que la encontraron culpable del asesinato de uno de los gemelos), y al otro gemelo lo arrestaron porque era el ignoto original y correcto con el que coincidían las huellas digitales de los crímenes. Dando a entender que el que murió era el que apenas estaba agarrándole el gusto a matar.